Fe
La Semana Santa es un tiempo para reflexionar sobre el fundamento de nuestra fe: la resurrección. En la Biblia podemos leer los pasos que Jesús llevó a cabo para ejecutar el plan de salvación diseñado por Su Padre e inevitablemente debemos poner nuestra mirada en la crucifixión.
Pensar que Jesús fue formado en el seno de una familia es razón suficiente para entender la importancia que esta tiene. ¿Cómo poner en duda que en ella aprendemos valores y trabajo en equipo, ejercitamos el perdón y la misericordia, y podemos en práctica la fe?
Hay algunos artículos de la vida cotidiana que usamos con frecuencia, aunque jamás hemos sabido cómo funcionan internamente. ¿O me dirás que sabes cómo funciona el magnetrón que produce las pequeñas ondas de alta densidad que se esparcen a través del ventilador y provoca que se caliente tu sopa instantánea en un microondas? O ¿será que cada vez que buscas en tu celular cómo llegar más rápido a una dirección, inmediatamente piensas en el Navistar-GPS (NAVigation System and Ranging – Global Positioning System), que sintetizado es el GPS?
La Navidad se trata de Jesús, el Salvador, que nació en este mundo para que tú y yo tengamos vida en abundancia. Recordar ese hecho histórico, inmediatamente nos hace poner nuestra mirada en todo aquello que verdaderamente trasciende.
Cuando tienes un problema o cometes una equivocación sueles pensar que no sirves para hacer o desempeñar una tarea, que no estás hecho para tal cosa y que por eso todo te sale mal. Todos estos pensamientos diluyen tu fe. Una persona con baja estima de sí misma ni quisiera tiene la fuerza para ir a pedirle a Dios que la ayude, mucho menos que cumpla Sus promesas.
He visto que hay quienes se estancan pensando en los “viejos tiempos”. También me he topado con muchas personas que en esta pandemia siguen esperando que todo vuelva a lo que era antes. Piensan que su vida era mejor y lamentablemente ver hacia el pasado no les permite disfrutar su presente ni ver hacia su futuro.
Desde hace muchos años los servicios religiosos en Casa de Dios los iniciamos con una confesión de fe que dice: en mi boca está el poder de la vida y de la muerte. Hablaré palabras de vida y no de muerte, de salud y no de enfermedad, de riqueza y no de pobreza, de bendición y no de maldición porque en mi boca ¡hay un milagro!
En la Palabra de Dios he descubierto que las palabras tienen poder, Dios ordenó la tierra y “nombró o llamó” toda Su creación con los nombres que hoy la conocemos.
Una reunión de trabajo o un mal día puede hacernos terminar de bajón, un poco tristes o abatidos. Un buen ánimo se refleja en nuestro valor, esfuerzo y energía para desempeñar nuestras tareas cotidianas. Además, en la intención y voluntad que una persona refleja ante los demás.
La vida está llena de altibajos. Hay momentos muy buenos o malos, pero de una u otra forma terminan en victoria si actuamos por fe. Jesús, luego de tres años de ministerio y de victoria tras victoria, vivió los peores días antes de Su crucifixión. Pero aquella semana no empezó mal: entró en Jerusalén y lo recibieron como rey.
¿Ya les conté que le tengo cierto miedo a las alturas? Sí, soy de los que no disfruta mucho visitar las atracciones que me alejen mucho del suelo, como esos miradores turísticos que hay en algunos países. Mis amigos saben que paso por alto ese tipo de experiencias.
Muchos dicen que Jesús nació en un establo para enseñarnos humildad, pero realmente no fue así, pues ni María ni José lo prepararon de esa forma. La historia dice que Su madre lo acostó en un pesebre porque no había lugar en la posada, no porque quisieran dar una lección de humildad.
He oído a muchas personas ansiosas para que se acabe este 2020, como si el 31 de diciembre a medianoche automáticamente cambiará todo el panorama. ¡Ojalá fuera así de fácil! Lamentablemente lo que perdimos en el año de la pandemia no volverá cuando inicie el 2021, pero podrán venir cosas mejores.
El mundo está lleno de bandos y posturas y los cristianos no son ajenos a esa corriente. Con frecuencia nos corresponde preguntar si estamos a favor o en contra. Claro que debemos definir de qué lado estar, tal como se nos muestra en Lucas 22:31-32, donde vemos que hay dos posturas: los que zarandean como Satanás o los que oran para que la fe no le falte a quien atraviesa por una prueba. Como seres humanos podríamos estar en cualquiera de ellos, pero también podríamos estar en medio y ser los zarandeados.
Debo decir que la libertad de culto, incluida la libertad de credo, es un derecho fundamental que está garantizado por la Constitución de la República de muchos países. La ley nos otorga la oportunidad de elegir nuestra religión; es decir, nos da la libertad de adorar a Dios y congregarnos en la religión que nosotros elegimos. Nadie debe obligarnos a adoptar una religión o castigarnos por ella. Ser cristiano es una decisión personal.
Considero importante entender cómo Dios ha estado presente en las batallas familiares, de la misma manera que en las luchas que Su iglesia ha enfrentado para brillar en la oscuridad. Para que tú y yo pudiéramos pararnos a predicar con una Biblia en una casa o en un templo hubo personas que sacrificaron su vida en pro de la libertad religiosa que hoy está bajo una sutil amenaza.
Creo que a muchos el tiempo nos da la razón. Claro, ese tiempo combinado con la perseverancia o con la “santa terquedad”, como yo la llamo. Me refiero a orar y no desmayar. Orar no una vez, sino dos veces al día, como dice la Biblia; y permanecer creyendo que Dios te escuchará todos los días hasta que envíe Su respuesta.
“El que quiere celeste, que le cueste”, dice un dicho popular guatemalteco que quiere decir que para obtener algo debemos sacrificar algo más.
Yo pienso que aplica para todas las áreas de la vida; por ejemplo, cuántas veces nos tocó desvelarnos antes de un examen parcial mientras los amigos andaban de fiesta; cuánto nos privamos ahorrando para reunir el enganche de nuestro primer carro o cuánto tiempo nos dedicamos a enamorar a la que hoy es nuestra esposa y madre de nuestros hijos.
La Palabra de Dios me ha enseñado el poder de las palabras, por eso quienes me conocen saben que la mayor parte del tiempo me mantengo positivo. No importa lo que lea o lo que esté pasando, lo que sale de mi boca pasa por el filtro de la fe.
La Biblia es el conjunto de libros por excelencia. No solo contiene relatos de personas de fe que Dios seleccionó para mostrarnos que Él no busca hombres y mujeres capacitados, sino dispuestos a caminar con Él para llevar a cabo cosas extraordinarias. Es, además, un manual de vida.
El ser humano es el resultado de lo que piensa. Incluso leemos las Escrituras de acuerdo a lo que pensamos, no a lo que Dios estipuló en ellas. Veamos lo que Pablo instruyó a Timoteo sobre los pensamientos, Filipenses 4:8