Gracias de Dios
A todos nos llega más de una vez en la vida la necesidad de replantearnos el rumbo. Ya sea porque pareciera que nos equivocamos de camino y debemos probar por otro lado o porque tenemos tan claro el camino que vale la pena abrir brecha hacia nuevos retos.
Mis inicios en el ministerio fueron radicales. Antes de conocer al Señor, me encantaba salir con amigos a bailar. Nunca me gustó el licor, pero sí fumaba. Es más, el domingo que llegué a la iglesia por primera vez, cuando un amigo me invitó, entré con una cajetilla de cigarros en el bolsillo de mi jeans roto, a la moda. Había cumplido 19 años y era un joven muy entusiasta, independiente y emprendedor, acostumbrado a luchar por lo que deseaba. Iba muy casual y quitado de la pena, sin saber que ese día, todo cambiaría.