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¿Cuándo me pondrás a la mejor gente?


Mis inicios en el ministerio fueron radicales. Antes de conocer al Señor, me encantaba salir con amigos a bailar. Nunca me gustó el licor, pero sí fumaba. Es más, el domingo que llegué a la iglesia por primera vez, cuando un amigo me invitó, entré con una cajetilla de cigarros en el bolsillo de mi jeans roto, a la moda. Había cumplido 19 años y era un joven muy entusiasta, independiente y emprendedor, acostumbrado a luchar por lo que deseaba. Iba muy casual y quitado de la pena, sin saber que ese día, todo cambiaría.

Así de decidido como era, cuando el pastor de la iglesia invitó: “Pueden pasar al frente aquellos que desean aceptar a Jesús como Señor y Salvador”, yo pensé: “¿Qué de malo me ha hecho Él para que yo no lo acepte?” Entonces, tomé la decisión y caminé hacia Jesús sin mirar atrás. Así, sin mayores protocolos, comenzó este amor apasionado que daría rumbo a mi vida.

Años después, ya casado y con mis hijos pequeños, sucedió el segundo gran cambio. Salí de la iglesia donde nos habíamos conocido con mi esposa, donde servíamos juntos como pastores de jóvenes. Por esos días, acepté la invitación de una familia para llegar un domingo a su casa, a compartirles Palabra. Ellos no se congregaban en ninguna iglesia, pero me conocían. Invitaron a otras dos familias amigas y de esa forma, también muy sencilla y espontánea, comenzó Casa de Dios. Éramos más o menos unas 15 personas, aunque comenzaron a sumarse más y más, hasta que el espacio quedó pequeño.

La gracia de Dios hizo que el ministerio creciera rápidamente y desde entonces, hace 24 años, no nos hemos detenido. Desde el inicio, fuimos integrando un equipo para atender a la congregación. Una noche, durante mi tiempo a solas con el Señor, yo le pedía que orientara mis decisiones y Él me inspiraba con sus instrucciones; de pronto, me preguntó: “¿Cuándo me pondrás a la mejor gente?” Yo sé que amo y sirvo a un Señor exigente que sabe de perfección porque creó ese concepto que es visible a través de sus maravillosas obras. Así que su pregunta me confirmó que yo iba por buen camino, porque en mi mente y corazón, solo había espacio para un proyecto ministerial que fuera modelo de excelencia. Convencido de lo que debía hacer, me enfoqué en integrar un equipo con el mejor talento humano, y no fue difícil, porque Dios se encargaba de atraer a los profesionales idóneos de donde sea que estuvieran.

No somos un equipo perfecto, pero somos un equipo correcto, apasionado por servir al Señor y a las personas. Somos inquietos, creativos, curiosos por encontrar las mejores opciones en todo: ideas, insumos, proyectos, soluciones. Y ahora, en 2018, iniciamos con un nuevo reto, compartir nuestra experiencia para edificar a otros ministerios e instituciones. Así nació La Cantera, un espacio y tiempo dedicado a formar y capacitar a los ansiosos por perfeccionar sus habilidades en administración efectiva y comunicación creativa. En Casa de Dios nos llamamos cristianos, nos llamamos hermanos, nos llamamos amigos, y ahora, nos llamamos canteranos.

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