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¡No más esclavitud!


Esta semana los países centroamericanos han celebrado su Independencia. ¡200 años de vida independiente! Aunque hay muchas opiniones al respecto, vale la pena resaltar lo mejor que tienen nuestras naciones, especialmente la libertad que se nos brinda de ser cristianos, de elegir una vida llena de libertad en Jesús.

Como he citado antes, hay muchos países que carecen de la libertad de poder confesar abiertamente su fe y diariamente otras son asesinadas por el hecho de reconocer que son seguidores de Jesús. Ojalá cada país de nuestro planeta pudiera ser soberano e independiente y mientras eso ocurre a los ciudadanos les corresponde trabajar para desarrollarse bajo el marco de la libertad.

Es contradictorio, pero hay muchas personas que sin importar dónde vivan se sienten presas y personas que carecen de libertad que se sienten libres. La diferencia la marca Jesús.

Quien ha sido presa del pecado sabe cómo éste nos ata, nos encadena y nos acerca a la muerte. Sí, una persona con vicios pone su vida en riesgo, destruye su familia y es incapaz de crecer o salir adelante.

Una persona que recibe un milagro de sanidad automáticamente se libera emocional, física y hasta económicamente. Recordemos el ejemplo de la mujer con flujo de sangre que en 12 años “lo gastó todo” visitando médicos (Lucas 8:43-48) en la búsqueda de una solución que estaba en manos de Jesús.

Yo fui esclavo del cigarro. Gastaba dinero alimentando este vicio, pero ese pequeño gasto podría haberse prolongado y hasta provocado una enfermedad terminal. ¡Nadie sabe! Lo cierto es que desde que le abrí mi corazón al Señor dejé esa dependencia que tenía.

Cuando experimentamos esa libertad es nuestra labor conservarla, como dice Gálatas 5:1: “Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud”.

Pablo interpretó muy bien esa libertad que recibimos como hijos de Dios nacidos de nuevo. No nos impone, nos deja elegir: “Todo me es lícito, mas no todo conviene: todo me es lícito, mas no todo edifica” (1 Corintios 10:23-26). Esa es la mayor ventaja de la vida que recibimos con Jesús, pero la prudencia y el dominio propio deben hacer la diferencia entre lo que éramos antes y lo que podremos llegar a hacer cuando recibamos la oportunidad de reconocerlo como nuestro Señor.

Conozco a muchos seres humanos que a través de recibir al Señor su vida se transformó. Su hogar se restauró, se llenaron de fe y sacaron adelante a su familia.

La libertad que brinda el Estado es importante para que cada ciudadano desarrolle su vida, en la que se respeten sus derechos inalienables. La que ofrece Jesús trasciende fronteras físicas y nos lleva a hacer posible el propósito que el Señor estableció para nosotros.

Festejemos la libertad que recibimos en Jesús y mientras nuestras naciones continúan desarrollándose, los cristianos sigamos en construcción.

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