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La mamá de los pollitos


Esta semana, Sonia, mi esposa, estuvo de manteles largos. Celebrar su vida ha sido, una vez más, un momento especial para toda la familia.

La pastora, con su espíritu afable y apacible, ha sido como una gallina que cuida de los pollitos. Fueron muchos años y muchas veces que por mis funciones en el ministerio no estuve en casa, pero ella se encargó de cuidar y formar a nuestros tres hijos. No puedo estar más agradecido por la mamá excepcional que ha sido e increíble abuela en la que se ha convertido.

También puedo decir que ella fue una de las primeras personas que creyó en el llamado que el Señor había hecho en mi vida y con sus oraciones e intercesión siempre nos ha sostenido, tanto en la familia como en el ministerio que Él nos ha otorgado.

Ella por naturaleza ha sido un pilar en nuestra familia donde nos ha tocado enfrentar desafíos de magnitud, al igual que lo hacen todas las familias del mundo. No hay familia perfecta.

A propósito de unión familiar, esta semana que se celebró el Día de la familia yo pensaba qué sería de nuestra vida sin un hogar que nos cobije al final de una larga jornada laboral.

La familia por naturaleza es el centro de gravedad de los seres humanos, ahí es donde se nos enseña a confiar en Dios, a tener fe y a creer en nuestros sueños. Por eso no es de extrañar que como institución sea atacada con frecuencia y la figura de mamá o papá pasen por tanto escrutinio social y moral. Esto es lo que ha llevado a muchos jóvenes a huir del matrimonio y que no quieran asumir la responsabilidad de traer niños al mundo.

El ejemplo es la mejor herramienta para perpetuar ese diseño original que Dios estableció para la familia. En la medida que se enseñe a los hombres a respetar a las mujeres disminuirán los divorcios; entre más se enseñe a los jóvenes que el amor es una decisión que se renueva a través del perdón se propiciara que ellos exijan menos perfección. En la medida que se apoye a las mujeres a estudiar y alcanzar sus metas personales van a disfrutar más la maternidad cuando les llegue su tiempo.

Enseñar a las nuevas generaciones a trabajar íntegramente provocará que aprendan el verdadero valor a las cosas. Entre más vean orar a sus padres y leer las Escrituras serán adultos llenos de fe y tendrán más presentes los principios divinos para salir adelante.

Todavía estamos a tiempo de formar a las nuevas generaciones para que en su momento quieran formar la propia. No podemos ser perfectos, pero sí podemos transformarnos a través de la relación que establezcamos con nuestro Padre Celestial para que seamos los padres correctos que ellos necesitan.

¡Da gracias a Dios por tu familia!

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