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Independencia


Barcelona, Camp Nou, último partido de la liga española, euforia y emoción. Una amiga me contó que andaba por allá, de lo más feliz con su familia. A su lado, una señora le escuchó el acento extranjero y le preguntó de dónde era. Ella, como buena y previsora guatemalteca en un escenario internacional, llevaba una bandera, así que se la mostró con una sonrisa de oreja a oreja le dijo: “Venimos de Guatemala con mi familia porque el Barça es nuestro equipo favorito”. La española, como sin querer queriendo, le dijo: “Ah, será Guatepeor”. El resto de la historia no puedo contártelo, porque mi amiga es un tanto colérica y la “broma” no le cayó muy en gracia.

Justo ahora que estamos en septiembre, el mes conmemorativo de nuestra independencia de España, el día 15, para ser precisos, recuerdo esta anécdota porque tiene su guiño irónico el hecho de que una guatemalteca vaya a España a ver fútbol. En fin, todo bien, mientras no nos metamos en aguas históricas o nacionalistas. Porque habría mucha tela que cortar y memes que publicar al respecto.

El punto es que no es poco común que algunos pesimistas o mal informados por las noticias manipuladas, digan que mi hermoso país no se llama Guatemala, sino Guatepeor. También hay compatriotas que dan una vuelta de 180 grados y dicen que más bien se llama Guatebuena o Guatelinda. Lo cierto es que para nosotros, decir “Guate”, es suficiente para comprender que nos referimos a este pedacito de cielo, tan diverso, generoso, tan bendecido y único.

Por supuesto que tenemos dificultades. Y son generacionales, no vamos a negarlo. Una de nuestras grandes zancadillas es la discriminación y la desigualdad. Herencia, precisamente, del proceso de conquista y colonización que terminó de implantar en nuestra sociedad una agresiva y abusiva diferencia de clases. Pero ese no es un mal exclusivo de estos rumbos, más bien es un flagelo que históricamente ha desatado más horror en el mundo que la peste bubónica en la Europa medieval.

A pesar de todas nuestras deficiencias como sociedad, los guatemaltecos somos a todo dar. Emprendedores, solidarios, ingeniosos, innovadores, súper mega inteligentes, trabajadores, nobles, de verdad, no es por llevármelas de muy muy, pero los guatemaltecos tenemos un ADN especial que nos hace ver la vida desde una perspectiva de fe, porque no le hacemos el feo a nada cuando se trata de echar para adelante y lograr algo positivo.

Los guatemaltecos somos buenos y buenos para todo. Por eso, me siento orgulloso de ser de acá. Me siento honrado de asegurar, con la frente en alto, que nací en Guate, este rinconcito que se ganó a pulso el cariñoso nombre de “país de la eterna primavera”, porque esa imagen de jardín que nunca se marchita se trasladó del paisaje a nuestro ánimo y espíritu cálido, positivo y fértil para cosechar frutos de bien y en abundancia.

Por eso amo a mi país y sin faltar un día, lo declaro bendecido, fuerte, restaurado de sus dolores y pesares, digno, orgulloso de su regia cultura; más aún, lo declaro entusiasmado por el futuro prometedor de sus hijos y nietos. Porque los guatemaltecos no sobrevivimos de glorias pasadas, sino que nos erguimos dispuestos a vivir plenamente esta libertad de la que disfrutamos y que valoramos como un precioso regalo de Dios.

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