Hablar con Dios
Antes de salir de casa siempre me tomo un buen café, leo un pasaje de bíblico y escucho un par de canciones que me permiten iniciar el día dando gracias a Dios por una nueva oportunidad que me regala.
¿Cómo inicias tu día? ¿Madrugas para llegar a tu trabajo o pasas tiempo en el tráfico? ¿Cómo reaccionas en esos minutos de congestionamiento? ¿Eres de los que se queja o de los que cede la vía o su asiento en el autobús? Hay quienes optan por quejarse en sus redes sociales, otros prefieren cantar a todo pulmón y otros aprovechan al máximo esos tiempos muertos para edificar su vida por medio de un buen mensaje, un podcast o una buena lista de música que alimente su alma. Lo cierto es que hay muchas formas de empezar el día.
Ahora hay distintas maneras de escuchar información que nutre nuestro espíritu. En mis tiempos, como dirían las abuelitas, nos formamos con Jimmy Swaggart y Luis Palau. Había pocas opciones tecnológicas y ni los “telepredicadores” estaban al alcance de la mano. Quizás por eso valorábamos muchísimo los cursos bíblicos y las enseñanzas dominicales. Cuando me acaba de convertir hasta aprendí ciertos acordes en una guitarra viejita —que todavía hoy conservo— para iniciar mi tiempo de oración con mis propias alabanzas.
Aunque hay quienes no ven con buenos ojos esa conexión de la Palabra a través de la tecnología, yo la veo como una herramienta que contribuye a la formación de muchas personas. Con mucho cariño recuerdo a un joven que se congrega en nuestra iglesia, que en una reunión me manifestó que pasó por un periodo de depresión muy fuerte y que luego de escuchar mis mensajes en radio encontró el empujón para salir adelante. He tenido la bendición de escuchar testimonios como este, que me confirman que hay que apostarle a esas nuevas maneras de llevar el Evangelio.
Sin embargo, hoy quiero aprovechar estas líneas para pedirte que no te conformes con la prédica de alguien más o con la revelación que alguien recibió. Por mucho que edifique tu vida una prédica o una profecía, eso jamás debe sustituir lo que Dios tiene especialmente para ti cuando apartas tiempo para escucharlo y hablarle.
Imagina que tu relación con tu novia, tu esposa o tus hijos dependen de lo que alguien más dice o recibe. Simplemente esa relación no existiría. Nada sustituye a sentarte a ver televisión a la par de tu esposa, sentir su aroma, escuchar sus palabras, acariciar su mano y sentir su amor. Pues algo así es lo que puedes experimentar cuando te preparas para ir y adorar a tu Señor.
¿Prefieres ver la final de tu deporte favorito en la televisión ubicada medio de un restaurante o estar ahí en el estadio? Claro, es el mismo partido, los mismos jugadores, pero tu experiencia es muy distinta. No uses “notas de voz” para hablar con Dios y haz tiempo para buscar su instrucción. Claro, ir a la iglesia y que alguien ore por ti produce paz y tranquilidad, pero esas sensaciones se incrementarán si postras tu rostro, dejas hablar a tu corazón y preparas tus oídos espirituales para escuchar a Dios. Esto no pasa de la noche a la mañana, por eso es una relación que se estrecha con el tiempo.
Ese es el mejor lugar para dejar los miedos, las frustraciones, los dolores, el rechazo, los fracasos y también los agradecimientos, los planes, los sueños y las ilusiones. En ese lugar todos somos iguales, en ese lugar tú y yo somos hijos. Cultiva esa relación que puedes desarrollar con tu Padre Celestial. Descubre a qué se refiere el salmo 91:1, que dice que quien habita al abrigo del Altísimo, morará bajo la sombra del Omnipotente.