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Nuestros primeros veinticinco años


Esta semana Casa de Dios ha cumplido veinticinco años de fundación. Parece que fue ayer que el Señor me llamó para servirle a tiempo completo. Dios nos dijo que “Su presencia siempre iría con nosotros” y efectivamente hemos sido testigos de cómo ha estado presente: desde la sala de aquella casa donde empezamos hasta ahora.

De niño soñé con ser misionero. Realmente no entendía mucho lo que eso significaba y debo reconocer que no estaba en mis planes “ser pastor”, pero desde que le abrí mi corazón a Dios quise servirle y eso me llevó a dejar mi empresa y trabajar en su obra a tiempo completo.

Tengo mucho qué decir de todo este tiempo. Como dije, empezamos nuestras primeras reuniones en la sala de una casa; cuando crecimos nos movimos al salón de un hotel, después a un salón de la Cámara de Industria y luego a una bodega que transformamos en iglesia. En esta “Bodeguita”, como le decíamos, llegamos a tener hasta seis servicios y eso nos motivó a construir nuestro primer templo con capacidad para 3,500 personas. En poco tiempo llegamos a tener nuevamente seis reuniones cada fin de semana. El común denominador de todos estos lugares fue el mismo: servicios llenos de las manifestaciones del Espíritu Santo.

Antes de lo previsto estaba dirigiendo a un equipo grande de profesionales para construir un templo diseñado para 12 mil personas. Imaginen nuestra fe para iniciar algo de esta magnitud y la capacidad administrativa que requiere. Afortunadamente siempre he podido practicar los consejos administrativos de Dios y he sido fiel administrador de lo que Él provee, así que iniciamos esta proeza sin deudas ni financiamiento bancario, creyendo que Dios iba a proveer a través de bendecir a cada familia de la congregación y así ha sido.

Quienes no nos conocen creen que esto es imposible. ¿Cómo una construcción de esta naturaleza se puede hacer libre de deudas? Seguro no conocen al Dios de milagros al que le servimos. La realidad es que las respuestas son muy sencillas: con fe y buena administración. Hoy tenemos la bendición de celebrar dos servicios dominicales en unas instalaciones cómodas que le abren las puertas a todas las personas que necesitan de Dios —pronto serán tres servicios— y nuestro mensaje es el mismo de aquella sala: las buenas nuevas del Evangelio.

Además, hemos sido una congregación que piensa en el prójimo. Nuestro brazo social se ha extendido para ayudar a muchas instituciones y personas que lo necesitan. Hemos contribuido con alimentos y voluntarios durante eventos trágicos donde la naturaleza ha afectado a comunidades enteras en Guatemala. Estuvimos presentes en la crisis hospitalaria más grande que ha vivido el país y además de orar entregamos víveres y equipo técnico que facilitara la labor del hospital público.

Realmente me siento muy agradecido con el Señor por lo que nos ha permitido vivir en estos veinticinco años de ministerio. Mi familia y yo hemos visto milagros, restauraciones y reconciliaciones en niños, jóvenes y adultos; personas que han nacido de nuevo y hoy tienen un grupo de amistad donde predican la Palabra de Dios, y hombres y mujeres que interceden por su nación.

También doy gracias a Dios por cada voluntario y miembro de la congregación que junto a nosotros ha creído en la visión que Dios nos encomendó: “Ir y hacer discípulos a todos los guatemaltecos”. Junto a ellos tenemos una misión que cumplir y ¡vamos por más!

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