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¿Cuánto confías en Dios?


Hace unos días me reuní con un amigo que trabaja en el área de reclutamiento de personal. Él me pidió asesoría profesional con relación a la rotación de personas, reto que atraviesan muchas empresas actualmente. Estas rotaciones necesitan tiempo y recursos para ocupar plazas, capacitar personas y que los objetivos de la empresa se cumplan.

Mi amigo sabe que en Casa de Dios no pasamos por esa situación y que nuestro equipo de colaboradores se caracteriza por permanecer muchos años con nosotros. De hecho, hay personas del área administrativa que llevan 25 años de laborar en la iglesia, prácticamente desde el tiempo de nuestra fundación.

Mi respuesta fue muy simple: las personas buscan confianza. Mi equipo sabe que confío en ellos, en lo que hacen y cómo lo hacen. Ellos también confían en mis instrucciones y eso ha permitido que avancemos en la visión que Dios nos dio. Una de mis atribuciones como director ejecutivo es desarrollar equipos sólidos a través de la confianza. Ese valor supera las pretensiones económicas de las personas porque no vivimos de un salario, sino de la confianza que otros depositan en nosotros. Este es un beneficio intangible que todos buscamos en todos los ámbitos de nuestra vida, incluyendo el espiritual.

La confianza es la que motiva a tu novia a decir que sí acepta ser tu esposa. También está presente cuando te firman una orden de ventas o cuando te confirman en un trabajo. También la pones en práctica cuando acudes al médico cuando estás enfermo. Y ¿qué me dices de los mecánicos? ¡Le confías tu vida al taller para que revise los frenos de tu vehículo! De igual forma confías en la calidad de los alimentos que ofrece un restaurante o un supermercado, en el sistema de educación de un colegio para que forme académicamente a tus hijos, en la persona que los cuida mientras trabajas y en las habilidades administrativas de tu esposa para dirigir el hogar.

Nuestra vida está basada en establecer confianza. En el área espiritual confiamos en la Palabra que Dios nos da a través del pastor de nuestra iglesia y que en ese ministerio utilizan adecuadamente nuestros diezmos y ofrendas. Los frutos de la institución son señales que provocan confianza.

En el diccionario encontramos el significado de confianza: “Depositar en alguien, sin más seguridad que la buena fe y la opinión que de él se tiene, la hacienda, el secreto o cualquier otra cosa”. “Dar esperanza a alguien de que conseguirá lo que desea”.

El ejemplo más grande de confianza lo encontramos en Dios, quien envió a su hijo a morir para que fuésemos salvos y nos dio la libertad para decidir. Pero no siempre correspondemos esa confianza, algunas veces más bien la depositamos en nuestro título universitario, en los índices macroeconómicos del país, en el gobierno de turno o en nuestro propio juicio, más que en las promesas de nuestro Padre.

Cuando depositamos nuestra confianza en Dios somos benditos. Somos como un árbol plantado junto al agua que extiende sus raíces hacia la corriente y no teme al calor; un árbol que en época de sequía no se angustia y nunca deja de dar fruto. (Jeremías 17:7-8)

Desarrolla esa confianza en Dios para que también la extiendas a quienes te rodean: tus hijos, tu esposa, tus padres y tus amigos; pero también a la empresa donde otros confían en ti.

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