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Vacuna contra el temor y la preocupación


¿Cuántas veces nos tocó llevar a nuestros hijos al pediatra para la aplicación de una vacuna? Ese momento doloroso para ellos y para uno en el cual debemos sostenerlos en brazos mientras el médico hace su labor con la inyección, cuyo líquido va vaciándose lentamente. Ni qué decir de los cuidados en casa, monitoreando la reacción de esa vacuna en su organismo.

Como padres estamos familiarizados con ese concepto de las vacunas que les evitan enfermedades a nuestros hijos; pues bien, es momento de retomar esas precauciones con la pandemia COVID-19, especialmente con el virus del temor y la preocupación que al parecer se ha colado en la mente de muchas personas.

Quedarnos en casa sigue siendo una herramienta indispensable para evitar que el virus se expanda y toque a tu familia. El hogar es un lugar seguro donde podemos experimentar la protección de Dios. La prudencia también combate el temor.

Además es preciso que pensemos en lo que tenemos. Uno de los mayores capitales que poseemo como hijos de Dios es nuestra fe, el recurso que Él nos ha dado para realizar lo imposible y que además nos permite defendernos de los ataques del enemigo (Efesios 6:16). Estamos en el mejor momento para hacer uso de ella y resguardarnos en medio del proceso que estamos viviendo, donde nuestros recursos, experiencia y conocimiento no nos funcionan. No importa si tienes poco o mucho dinero, tu capital no te garantiza que siempre estarás sano.

Con tanta noticia desalentadora es comprensible preocuparnos en medio de esta situación, por eso debemos manifestarle a Dios nuestras peticiones y así podremos soltar el afán que nos roba el sueño. Sé que ese virus de la preocupación llegó ante la noticia de las empresas que están cerrando, las horas laborales que han disminuido o las plantas de producción que están detenidas. Además, se esparce con las falsas noticias que circulan en redes sociales y el pesimismo de quienes todo lo critican.

¡Cuídate de ese otro contagio! Aférrate a la Palabra de Dios, que no cambia aunque nuestras circunstancias sí. El Señor es nuestro proveedor en todo momento. Recordemos cómo su pueblo pasó 40 años en el desierto y pudo experimentar su provisión y protección durante todo ese tiempo. Si lo hizo con ellos, también lo hará con nosotros. No nos afanemos por la provisión porque el afán nunca agrega nada a nuestra vida.

Dios protegerá nuestro hogar. Así lo dejó escrito en el Salmos 91:10: “No te sobrevendrá ningún mal ni la enfermedad llegará a tu casa”. Demostrémosle a Él nuestra confianza y creamos en Su Palabra, que es la mejor vacuna contra el virus del temor y la preocupación. ¡Confiemos en que estamos bajo Su sombra y abrigo!

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