¡Perdonar las deudas!
Hemos hablado de la importancia de ejercitarnos en oración y estrechar la comunicación con Dios. Sin importar nuestra profesión, nuestros estudios, el lugar donde trabajemos o nuestras circunstancias, ¡todos necesitamos estar cerca del Padre!
La semana pasada les compartí sobre la arquitectura de la oración que Jesús nos enseñó: el Padre Nuestro, una oración progresiva; es decir, cada parte es base para la siguiente. Hoy quiero centrarme en un área liberadora: el perdón que vemos en Mateo 6:12: “Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores”.
Perdonar es un tema tan importante que Jesús pide que lo incluyamos en la conversación con nuestro Padre. Después de alabar, pedir que venga Su reino y se haga Su voluntad, y orar para que nos conceda el alimento diario, hay que hacer una pausa para ponernos a cuentas con las personas que nos han ofendido y a quienes hemos dañado.
Todos pasamos por momentos en los que las palabras, actos o silencios de otras personas nos hacen daño y esas heridas se van grabando en la memoria, aunque el dolor se siente en el corazón.
No sé si alguien amanece con “ganas” de perdonar a quienes le han insultado, calumniado o difamado, pero Jesús nos enseña que es un paso necesario. Dios ya nos perdonó a nosotros, así que ahora nos corresponde otorgar lo mismo. Se dice que el perdón no es un sentimiento sino una decisión, efectivamente nos corresponde tomar la decisión de soltar esas ofensas para que las heridas puedan sanar a su tiempo.
Jesús repite el mensaje en Marcos 11:25: “Y cuando estén orando, perdonen lo que tengan contra otro, para que también su Padre que está en el cielo les perdone a ustedes sus pecados”. Nuevamente habla de perdonar cuando estamos orando. No conozco a ningún ser humano que no peque, todos sin querer herimos u ofendemos a las personas que nos rodean.
En el contexto de esta oración, lo que le pedimos al Padre es que nos perdone, pero que también nos dé fuerzas y voluntad para perdonar a otros. Hay un perdón que nos otorga nuestro Padre y hay otro que otorgamos a nuestros semejantes. Difícilmente exista comparación entre el perdón que nos ha otorgado versus las ofensas que hemos recibido de nuestros semejantes. Su perdón para nosotros incluye la vida eterna.
Cuando me convertí al Señor aprendí que quien más ha sido perdonado puede llegar a amar más (Lucas 7:44-48). No se trata del tamaño del pecado sino del tamaño del perdón; el precio tan grande que Dios pagó.
Vale la pena hacer un alto cada mañana para otorgar ese perdón a quienes nos han hecho daño, aunque no nos lo pidan. Tenemos claro el beneficio que recibimos cuando llegamos al Padre para orar como hijos que somos. Te animo a que decidas perdonar y, si tienes dudas, piensa lo que Dios te ha perdonado. Seguramente eso te motivará a soltar aquello que has tenido atado en el alma.