El regalo perfecto
En estas semanas de fin de año vemos cómo se incrementa el tráfico de vehículos en las calles y de personas dentro de los centros comerciales. Al parecer muchas salen en búsqueda del regalo perfecto para estas celebraciones de fin de año.
Sabemos que el sentido de la Navidad se desvirtúa un poco entre las invitaciones mercadológicas para adquirir bienes o servicios. Algunas familias caen en la tentación de la mercadotecnia y pasan más ocupadas en la búsqueda del obsequio que intercambiarán que en el verdadero espíritu: recordar el nacimiento de Jesús, nuestro Salvador.
Los mejores regalos no los venden en los centros comerciales. Hace poco pensaba en una película que vi junto a mis hijos y que vale la pena ver. Se llama El último regalo (The Ultimate Gift), que gira entorno a un hombre millonario que después de morir le deja su fortuna a su nieto, pero para recibirla debe completar doce actividades que en realidad se convierten en doce regalos para toda su vida.
En la película, el joven, que estaba acostumbrado a despilfarrar el dinero de su familia y no tenía idea de lo que significaba trabajar, se encuentra con las tareas para descubrir los siguientes regalos: el trabajo, los amigos, el dinero, el aprendizaje, los problemas (sí: hasta los problemas son un regalo, depende de cómo se les vea), la familia, la risa, los sueños, la generosidad, la gratitud y, finalmente, el regalo del amor. Lógicamente, en el camino el nieto se transforma y descubre el valor de cada regalo y el objetivo del abuelo se hace realidad: enseñar a su nieto que las cosas más importantes no están relacionadas con los recursos, sino con el trabajo, las actitudes y la gratitud que debemos desarrollar.
Sin duda, todos los padres de familia nos hemos esforzado por cumplir los sueños de nuestros hijos: la bicicleta, la patineta, la muñeca, el carrito, la cocinita, los legos… Yo mismo reconozco que mi mamá se esforzó mucho para darme mi primera bicicleta, la cual le pedí insistentemente hasta que ella me sorprendió. Por cierto, fue hasta que me convertí en padre que dimensioné el sacrificio que ella realizó.
Lo que más anhelamos es que a nuestros hijos les vaya bien, por eso a veces decimos “no”. Además, los años y la experiencia nos han enseñado que los mejores regalos no se compran. Comparto con el abuelo de la película que la mejor fortuna es enseñarles el valor del trabajo honrado, que tener a una familia que está ahí para hacernos ganas siempre es otra gran bendición, que los amigos fieles e incondicionales añaden bendición a nuestra vida, que compartir con el prójimo y vivir dando gracias por lo que tenemos no solo nos lleva a olvidarnos de nuestras carencias, sino que nos hace ver la mano de Dios en toda nuestra vida.
Estos regalos del cielo no se envuelven en papel de regalo, se cultivan. Así que sugiero que medites bien en el regalo perfecto. No vayas a endeudarte o a desenfocarte de la esencia de este tiempo, aprovecha para educar y formar a tus hijos para que – con dinero o sin dinero – puedan ver el favor de Dios en su vida.