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El poder de un abrazo


Hay momentos en la vida que mejoran con un abrazo. Estoy convencido de que un abrazo tiene el poder de sanar en dos vías, a quien lo da y a quien lo recibe, especialmente si son esos abrazos prolongados llenos de cariño.

Este simple acto de extender los brazos y rodear con ellos a una persona es una de las principales demostraciones de afecto que puede otorgar el ser humano. Incluso hay estudios que afirman que tiene propiedades terapéuticas y fisiológicas.

Sabemos que con un abrazo se liberan endorfinas que alivian el dolor y se reduce la presión arterial. El abrazo también ayuda a disminuir el dolor de cabeza, alivia la ansiedad, reduce el estrés y la depresión. Pero el poder de los abrazos va más allá: estimulan los sentidos, provocan alegría y tranquilizan el alma. Nada mal para un acto que además se concede de manera gratuita, ¿verdad?

¡Imaginen que hasta existen las “abrazoterapias”! Sirven para ayudar en enfermedades depresivas y de otros tipos porque se ha comprobado que liberan otras hormonas como la serotonina y dopamina, que tienen un efecto sedante. Por eso producen sensación de tranquilidad, bienestar y calma. Lo más interesante es que su efecto no solo dura mientras se abraza, sino que sus beneficios se prolongan por mucho tiempo.

Todo esto me dice que los seres humanos estamos hechos para abrazar y ser abrazados. Todos, en el fondo, somos frágiles sin importar el puesto que desempeñemos, las cosas que tengamos o el título que ostentemos. Todos necesitamos de otras personas para experimentar esas propiedades que llegan después de un acto tan sencillo. Digo que necesitamos de otros porque no podemos auto-abrazarnos, por mucho que lo intentemos.

¿Sabías que Dios se especializa en abrazos? Sí: la Biblia nos dice que Él nos cubre con sus plumas para que ahí encontremos protección y refugio (Salmos 91:4). Yo me imagino esas enormes “alas” llenas de plumas suaves, rodeándome con mucha delicadeza. ¿Acaso no es maravilloso pensar que Dios nos abraza, para hacernos sentir protegidos, acurrucados, consentidos?

En la parábola del hijo pródigo (Lucas 15:1-21) se describe cómo el padre corre a abrazar a su hijo, sin interrogarlo, sin cuestionarlo ni mucho menos reprenderlo, simplemente corre a su encuentro y lo abraza. Se pueden imaginar lo que ese abrazo propició en el corazón del hijo, seguramente sanó sus heridas emocionales, le quitó la culpa y lo hizo libre para disfrutar de su regreso a casa.

¿Cuándo fue la última vez que diste un abrazo? ¿Cuándo fue la última vez que te dejaste abrazar? Yo descubrí esas propiedades del abrazo, por eso ahora abrazo más a mi mamá, a mis hijos y a mi esposa. ¡No desaproveches los beneficios de abrazar!

No sé si estás pasando por una buena o mala temporada, pero sé que todo se siente mejor cuando te atreves a abrazar a alguien que amas o te dejas a abrazar por un amigo, esposa, madre o un hijo. Deja el miedo y la pena, y busca a alguien a quien abrazar con todo el corazón.

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