¿Santos o pecadores?
En el ecosistema evangélico se emiten juicios cuando alguien se relaciona con personas que —como suelen decir— parecen estar “en el mundo”. ¿No has oído a alguien criticar en secreto a quien anda con pecadores? Parece que la consigna es rodearnos solo con personas “santas”. Eso es todo un disparate. Para empezar, ¿cómo saber quién es santo o quién es un pecador? ¿Quién se atreve a definir eso? La respuesta solo la tiene Dios y aun Él nos ve con misericordia.
La salvación es una decisión personal que se establece entre Dios y cada ser humano. Todos cometemos errores —algunos sin querer queriendo— y no nos queda más que ponernos a cuentas con el Señor, acudir a Su misericordia e intentar dejar las debilidades atrás.
Sabemos que el plan de Dios va más allá de las paredes de la iglesia. No fuimos salvos para convivir solo con salvos. Eso fue lo que Jesús nos enseñó cuando se reunió con las personas consideradas pecadoras de aquella época. Comía con cobradores de impuestos, visitaba sus casas, defendía a prostitutas y en la cruz perdonó a un ladrón.
Su misión fue buscar y salvar lo que se había perdido (Lucas 19:10). Él, que llevó una vida perfecta y sin pecado, nos mostró la benignidad de Dios al acercarse a todas las personas (Romanos 2:4). ¿Qué nos impide a nosotros hacer lo mismo? Buscar a quienes no lo conocen todavía y presentarles a nuestro Salvador debería ser una tarea de todos.
Todavía hay muchas personas en el mundo que no han abierto su corazón a Jesús. Se necesitan muchos mensajeros para llegar a todas las esferas donde ellas están. Ahí en la política, en los medios de comunicación, en las artes y en los deportes se requieren hombres y mujeres que lleven la Palabra, hijos e hijas de Dios que pierdan el miedo a la crítica, como lo hizo Jesús.
No sé si el Señor te va a llevar a compartir la mesa con personas inconversas, pero si no es tu llamado, no critiques a quienes han aceptado el desafío y están ahí sembrando la Palabra para que pronto dé fruto y esas áreas de la sociedad muestren la luz de Jesús.
De vez en cuando es oportuno recordar de dónde nos libró el Señor. ¿Alguna vez te conté que la primera vez que llegué a un servicio lo hice con los cigarros en la bolsa y con la resaca de una fiesta anterior? Nuestra vida sin rumbo se transformó cuando Él nos otorgó vida en abundancia. Eso merece eterna gratitud y es la motivación para servirle.
Todos somos pecadores y recordarlo nos debería traer a la memoria que no podemos tirar la piedra (Juan 8:1-7).