“¡Ya me harté!”
Escuché esa frase varias veces en la llamada de un amigo que necesitaba que lo escuchara, así que guardé silencio y dejé que hablara. La cuestión es que explotó y yo le di gracias a Dios que fuera conmigo y no con alguien más.
Después de tantos días de limitaciones los ánimos se van caldeando. Sin embargo, todo iba más o menos bien hasta que un día de encierro se metió a explorar las redes sociales y se encontró con un par de amigos que se quedaron sin empleo y ahora dedican su tiempo a opinar y juzgar el mundo a través de sus cuentas.
Leyó sobre teorías del fin del mundo y el ataque que hacen a los religiosos en general —como a mí— por no acudir a los hospitales a orar por los enfermos. Mi amigo, inocentemente, exteriorizó su opinión en nuestra defensa. Respondió que esa labor no se puede llevar a cabo por las disposiciones médicas y gubernamentales que marcan el distanciamiento social y prohíben el ingreso a los hospitales.
Ni siquiera las familias pueden acercarse. ¿Quiénes no quisieran estar ahí acompañando a sus seres queridos para imponer sus manos y declarar sanidad sobre ellos? Amigos y conocidos nos abstenemos; no por falta de amor, sino por respeto a las instrucciones.
Mi amigo también explicó que gracias al apoyo espiritual que la iglesia otorga en este periodo, las familias se llenan de fe y esperanza en un futuro mejor; pero, lejos de que se respetara su opinión, fue insultado y degradado.
¿Qué le dirías a un amigo si pasara por una situación como esta? Yo le expliqué que la Biblia nos enseña que, ante un mal día, es importante tener la fuerza del Espíritu Santo y los pensamientos de Dios para soportar la adversidad. Cuando estamos cansados, agotados o “hartos” —como él decía— somos propensos a actuar como lo harían quienes no conocen a Dios. Es precisamente en esos momentos que debemos acudir a “la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús”. (Filipenses 4:7).
Además, el ataque a las iglesias siempre ha existido. Quizás ahora se disfraza detrás de términos como intolerancia o respeto, pero eso jamás impedirá que continuemos llevando ayuda al prójimo. De hecho, seguimos cumpliendo con nuestra misión con el mismo amor, usando todos los canales que están a nuestro alcance. Oramos por los enfermos y por las familias en nuestras plataformas digitales, en los grupos y discipulados a través de Zoom y atendemos cada llamada que ingresa a nuestro Call Center de oración. Junto al equipo de pastores, diariamente recibimos llamadas para orar por la situación particular de una persona, enviamos notas de voz y mensajes de aliento.
Así que cuando sientas que el mundo está en contra tuya, piensa que todo lo puedes en Cristo que te fortalece y ten presente lo que Pablo decía: “No nos cansemos de hacer el bien, porque si lo hacemos sin desmayar, a su debido tiempo recogeremos la cosecha”. (Gálatas 6:9).