Doblemente dichoso
Hoy, viernes, me despido de Israel. Ha concluido mi viaje y la experiencia ha sido impresionante: navegar por las aguas donde Jesús caminó, recorrer las callejuelas de Nazaret y de Jerusalén que sintieron sus pasos, orar donde Él oró, apreciar el mismo cielo que Él observó, sumergirme en el Río Jordán donde fue bautizado, recorrer los sitios donde miles lo escucharon predicar y lo vieron obrar poderosamente, conmovido por el dolor humano. Ha sido fácil cerrar los ojos y sentir Su presencia en cada rincón de esta tierra bendita.
He aprendido mucho, he soñado y he agradecido infinitamente al Señor por su gracia y misericordia al darme la oportunidad de renovarme durante estos días que marcan un nuevo inicio en el ministerio que me ha confiado.
Uno de los momentos más intensos fue cuando visitamos el Monte de las Bienaventuranzas, el lugar donde Jesús motivó a una multitud a sentirse doblemente dichosa. ¿Cuánto hemos leído y escuchado las bienaventuranzas? En mi caso, las he estudiado y declarado infinidad de veces, pero acá, sentado donde Jesús las compartió por primera vez, cobran nuevo sentido y valor. Imaginé a más de cinco mil israelitas frustrados, empobrecidos y resentidos que vivían bajo la opresión de los romanos, una cultura extranjera invasora que se les imponía con violencia.
¡Las palabras de Jesús fueron más que revolucionarias y controversiales! No exaltó los ánimos motivando la insurrección y la venganza, sino que aseguró que el Reino de Dios era el galardón que recibirían los pobres en espíritu y los que padecían persecución. Su mensaje dio esperanza al decir que los mansos recibirían la tierra por heredad, que había consolación para los que lloraban y que serían saciados los que tenían hambre y sed de justicia. ¡Imagina el vuelco que le dio a la situación de la época!
Jesús los motivó a ser misericordiosos para alcanzar misericordia, a ser limpios de corazón para tener la posibilidad de ver al Señor y ser pacificadores para que fueran llamados hijos de Dios. Era como si le echara leña al fuego del escándalo, porque era una blasfemia mencionar semejante promesa. Cuando otros buscaban despertar el orgullo de un pueblo cansado y explotado para llevarlos a la rebelión, Jesús daba una poderosa revelación de vida nueva fundamentada en la humildad y la fe.
Esa es la hermosa verdad que vino a compartirnos. La promesa de amor y gracia infinita que vino a regalarnos, la salvación y liberación que pagó por nosotros. Así que allí, frente al Mar de Galilea, no pude más que caer de rodillas y llorar como un niño agradecido porque sé que esa doble dicha también es una promesa para mí y para ti, ya que ahora, más que nunca, están vivas esas palabras que nos llenan de esperanza.