Jacobópolis
Estoy de visita en Israel, sí, en la tierra que también podríamos llamar Jacob, si Dios no le hubiera cambiado el nombre al patriarca. Esta es mi primera vez acá y ha sido una experiencia memorable. Apenas llevamos dos días de ocho que compartiremos con un grupo de pastores de diversas iglesias latinoamericanas. Aún no llegamos a Jerusalén, donde estoy seguro de que viviremos una jornada sin precedentes.
En Nazaret, ciudad donde Jesús creció junto a su familia, disfrutamos de una experiencia muy especial. Literalmente, nos convertimos en pastores de ovejas. Nos vestimos con trajes de esa época, aprendimos sobre las faenas y labores que realizaban, descubrimos de qué forma aprovechaban cada recurso a su disposición. La lana, la leche, el cuero, los frutos del campo, todo a su alrededor era valioso y significativo.
Este contacto directo con la vida pastoril, sin duda le dará un giro positivo a mi vida pastoral y ministerial porque me ha brindado un nuevo entendimiento sobre las enseñanzas bíblicas.
Durante unos minutos, pude cargar una oveja sobre mis hombros, justo como los pastores lo hacían y la parábola del Buen Pastor intensificó su significado en mí. Jesús no pudo escoger mejor alegoría que esa para explicar el infinito amor por nosotros, el deseo por cuidarnos y hacernos sentir seguros. Como pastor de ovejas durante poco tiempo, experimenté esa sensación de tener sobre mi espalda a un ser que dependía totalmente de mi protección, y ese sencillo acto fortaleció mi absoluta convicción en el llamado que Dios me hizo para cuidar de los suyos.
Puede sonar obvio y sencillo, pero esta fue una de esas experiencias que te renuevan la perspectiva. Es como la primera vez que tomas en tus brazos a tus hijos recién nacidos y sabes que eres capaz de todo por ellos, que harías cualquier sacrificio con tal de que estén bien. Antes de que nazcan los amas profundamente, pero al sentirlos junto a ti, al tener su pequeño cuerpecito en tus manos, la vida te cambia por completo. Justo esa es la sensación de compromiso y cuidado que Jesús deseaba transmitirnos con esa historia del pastor que cuida de su rebaño y es tan apasionado por cada una de sus ovejas que va en busca de alguna que se hubiera perdido, porque no puede soportar la idea de que ande por ahí, sola y desamparada, a merced de los lobos y depredadores.
No somos ovejas sin pastor. Yo me siento como ese pequeño cordero sobre los hombros anchos y firmes del mejor pastor que ha existido. Además, siento la responsabilidad de fortalecerme como pastor, de buscar cada vez más al Señor y pedirle que me guíe porque anhelo imitarlo en su capacidad de sacrificar lo que sea necesario por cuidar a quienes Él me ha confiado.