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¡No te cases!


Igual que muchos, yo también tuve la inquietud de a qué edad debería de casarme, así que acudí a mi pastor y él —con toda la seriedad del mundo— me respondió: “cuando estés dispuesto a trabajar para que alguien más descanse. Cuando estés dispuesto a dejar de comer porque alguien más coma y morir para que alguien mas viva. Cuando estés dispuesto a eso, entonces cásate”.

Así fue como me convertí en un fiel creyente y defensor del matrimonio. ¡Cómo no creer en él! Si he estado casado durante 36 años y, sin duda, mi vida profesional y ministerial no sería la misma sin ese núcleo que constituye la familia que me ha acompañado, llorado y celebrado a mi lado a lo largo de las diferentes etapas que hemos vivido.

He visto y he escuchado a mucha gente afirmar que no están hechas para el matrimonio, o que después de casarse afirman que no es lo que esperaban. Eso me ha hecho pensar que el matrimonio tiene mala fama y parece que olvidan que ese camino no inicia en el altar.

Realmente el matrimonio es lo que construyes a través de la amistad. Siempre digo que Sonia es una gran amiga, una mujer que sabe escuchar, ceder y guardar mi corazón de la misma manera que yo he podido ser ese amigo que la apoya e impulsa a que cumpla no solo su llamado, sino también sus propios sueños.

Cuando una pareja desarrolla una relación en la que ambos aportan, los dos se sienten plenos y correspondidos (y eso aplica también en todas las áreas de la vida).

Dios mismo tiene amigos con quienes estableció una relación y Jesús lo imitó. Él también disfrutó de la amistad cuando desarrolló una relación de confianza con ellos y eso le permitió compartir los secretos de Su Padre; es decir, que se ganaron ese título de “amigos” (Juan 15:14-15) a través de la relación que establecieron.

La amistad es una escuela que nos forma a través de la práctica de valores y dominio propio. En nuestras relaciones interpersonales aprendemos a ceder, a perdonar, a renunciar a cosas que no agradan a los amigos; ni qué decir de las oportunidades en las que toca asumir nuestros errores y modelar nuestro carácter, y en las que desarrollamos al máximo nuestras habilidades para negociar.

Si ya perteneces al grupo de los felizmente casados, no olvides que tu ejemplo de entrega es la mejor forma de motivar a tu pareja a que también quiera dar. Pero si todavía no estás en una relación matrimonial, piensa que cuando te toque caminar hacia el altar deberás estar listo para demostrar tu amor sin condiciones; y si estás en una relación donde no hay reciprocidad, ¡todavía no te cases!

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