Se habla mucho de “dar un buen testimonio” y con frecuencia se piensa que eso es sinónimo de perfección, sin embargo, la perfección está fuera de las manos de los seres humanos que estamos en proceso de construcción y por eso vale la pena replantear lo que representa.

El diccionario define el término testimonio como una justificación, comprobación de la certeza o verdad de algo, así que podríamos decir que como hijos de Dios tenemos la oportunidad de reflejar lo que Él ha hecho o hace en nuestra propia vida por medio de este recurso.

Por ejemplo, si el Señor te ha concedido un milagro de sanidad o restauración en tu familia o en tus finanzas, tienes en tu boca la ocasión de narrar cómo Dios obró para que otros crean.

Los actos cotidianos también pueden ser un medio para expresar aquello donde el Señor está obrando o ha obrado: cumplir con un compromiso, ser responsable y puntual, y formalizar aquello a lo que nos comprometemos nos permite tener una buena reputación; y la Biblia nos enseña sobre ella: “Vale más la buena fama que las muchas riquezas, y más que oro y plata, la buena reputación”. (Proverbios 22:1, NVI)

Por otro lado, debemos ver que tenemos el mejor ejemplo. Dios hace promesas y siempre las cumple. Después de darnos la vida nos dio promesas y tiene la voluntad y el poder para cumplirlas. Si lo prometió, lo cumplirá. ¡No lo dudes!

Y lo más importante es que “Dios no es como los mortales: no miente ni cambia de opinión. Cuando él dice una cosa, la realiza. Cuando hace una promesa, la cumple” (Números 23:19, DHH). Así que si Él te ha dado una promesa debes creer que su cumplimiento llegará.

Cuando le prometes algo a un niño, Él te cree sin dudar, sin pensar en tu condición o en tus recursos. Es una actitud que a cualquier edad podríamos imitar: creerle a Dios como niños.

Ya en otras ocasiones hemos hablado de enumerar las promesas que Dios te ha dado para que sigas activando tu fe. Cuando puedas ver lo que Él ya cumplió, esto te motivará a seguir creyendo.